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sábado, 28 de diciembre de 2013

El beso / Edvard Munch

Museo Munch, Oslo

Edvard Munch
El tema central, como lo indica su título, es un beso atemporal, paralizado en el tiempo, en un momento de íntima tranquilidad que contrasta con la vida agitada de la ciudad que se cuela por la ventana. La luz azulada por efecto de la cortina conduce y reúne en una sola figura al hombre y la mujer, que se funden y mezclan en un beso apasionado en el que es imposible distinguir ningún rasgo, ninguna facción -salvo una oreja- porque toda la atención se funde de un personaje al otro, ausentes del mundo, del ruido y de la gente que pasea por la calle; es una pareja en total comunicación, en una magistral imagen pictórica que funde deseo, amor y pasión en una sola figura. Tan sólo unas cuantas pinceladas en rojo marcan los puños y los cuellos de las vestimentas, facilitando al espectador la distinción de las dos figuras entrelazadas. Edvard Munch trabaja en este lienzo con una paleta cromática muy acotada, pero que permite crear, más que un juego de sombras, un contraste de penumbras. La luz azulada que se filtra por la ventana invade, en primer término, la cortina para luego fundirse poco a poco con los tonos rojizos de la pared de la derecha; las pinceladas gruesas de la cortina dan continuidad y ritmo a toda la escena representada. Vale la pena recordar que en otra de las versiones de El beso, el pintor noruego dibuja a ambas figuras desprovistas de cualquier vestimenta, acentuando así más el momento apasionado que el lado romántico que a todas luces prima en este lienzo. Esta versión de El beso de Edvard Munch fue muy conocida en su época y sirvió de inspiración a otros artistas como Gustav Klimt, quien bautizó una de sus obras más famosas con el mismo título que ésta del pintor noruego.

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